
Con estas palabras que nos dirigirá el sacerdote al imponer la ceniza sobre nuestras cabezas daremos comienzo un año más a la Santa Cuaresma. En medio de un mundo que avanza frenéticamente, obsesionado por tener siempre más, los cristianos nos sumergimos en un tiempo de desierto. De silencio. De espera. De preparación. Un año tras otro nuestra Santa Madre la Iglesia nos dice que dirijamos la mirada a la Cruz... y que actuemos en consecuencia.
¡Qué tiempo tan dichoso! Podemos pensar en la noche de san Juan de la Cruz. Esa noche que es ausencia de luz, ausencia de seguridad, ausencia de todo. Pero en la que se hace presente el Señor resucitado. Es la noche, como celebraremos al final de este tiempo de preparación en la Vigilia pascual, la que es testigo de la resurrección.
¡Oh noche, que guiaste!/ ¡Oh noche amable más que la alborada!/ ¡Oh noche que juntaste/ Amado con amada/ amada en el Amado transformada! (San Juan de la Cruz)
La Cuaresma son entonces cuarenta días de enamorarse. De unirnos a Cristo, camino del Calvario. De abrazar la Cruz con el Señor. De pedir a Dios "dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas y pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí", como dice san Ignacio en los Ejercicios espirituales.
Con el inicio solemne el miércoles de Ceniza, la Cuaresma se prolongará hasta los días santos de la Pasión del Señor, para culminar la noche santa de la Vigilia pascual. Oración, ayuno y limosna son las tres estrellas que guían el peregrinar del cristiano. La abstinencia de carne los viernes nos ayudará a ofrecer ese pequeño sacrificio por el Señor. Un pequeño acto de amor, de obediencia, de humildad. Para ofrecer al Amor. Porque es bien sabido que "obras son amores, que no buenas razones".
No podemos considerar esta Cuaresma como una época más, repetición cíclica del tiempo litúrgico. Este momento es único; es una ayuda divina que hay que acoger. Jesús pasa a nuestro lado y espera de nosotros —hoy, ahora— una gran mudanza. (San Josemaría)
Por eso, cuando recordemos las palabras del sacerdote sobre nosotros, al tiempo que deja caer la ceniza, renovemos, en un nuevo acto de amor, nuestra entrega al Señor. ¡Contigo y como Tú! Y pensemos en aquel famoso poema de Quevedo: "Polvo soy, más polvo enamorado". Polvo de la tierra plasmado por las manos del Buen Dios. Polvo amado y redimido por la sangre de Cristo. Polvo enamorado.
... Alma a quien todo un Dios prisión ha sido,/ venas que humor a tanto fuego han dado,/ médulas que han gloriosamente ardido,/ su cuerpo dejará, no su cuidado;/ serán ceniza, mas tendrá sentido;/ polvo serán, mas polvo enamorado. (Francisco de Quevedo)
Opmerkingen